sábado, 11 de diciembre de 2010

Después de la tormenta se acercaron para reconocer a los sobrevivientes. Ninguno había.
Un ángel pasaba lista a los muertos, otro ángel señalaba a los desfallecidos por el miedo, a las viudas, a las madres, un tercer ángel les lavaba el rostro con el agua sana d ela locura. Los hombres lloraban y juntaban madera y una turba de niños espantaba las moscas que se posaban sobre las muñecas caídas. Los perros estaban graves, pensaban que el destino era un montón de huesos caminando a la deriva y se lamentaban por el hambre de los Hombres, que les habían enseñado a vivir de las sobras, se preguntaban si existiría ese Gran Hombre que los hombres adoraban y si estaría pronto a terminar su cena y si con piedad semejante dejaría caer los restos de su cena para estas pobres criaturas famélicas y desesperadas.
Al anochecer encendieron la fogata, una mujer sollozaba y había quien, en la rueda, miraba todos los rostros, esperando que alguien se riendo y diejera de pronto: "Hey, levantate y anda!", pero todo continuaba igual, sobre el ritmo inteligente del tiempo, sobre su columna despezada, en curva recta y a la deriva.